Consiste en prestar atención de manera particular e intencionada al momento presente, sin juzgarlo, evaluarlo o reaccionar (Kabbat-Zinn).
El mindfulness se fundamenta en: la atención, la aceptación y el presente.
¿Qué no es mindfulness? (Siegel)
El objetivo no es mantener la mente en blanco.
Simplemente se trata de darse cuenta de lo que hace nuestra mente en cada momento, incluyendo ser consciente de los pensamientos automáticos que surgen.
La meta no es reprimir las emociones. No es desconectar de todo, sino conectar con nuestras emociones. No es evitar sentir, sino todo lo contrario. Nos ayuda a ser conscientes de lo que sentimos y de los mecanismos que estamos utilizando en algunas situaciones para afrontarlo.
La práctica del mindfulness nos permite tener unas respuestas emocionales adecuadas a cada situación.
No se trata de suprimir el dolor. El dolor se acepta y se asume. Lo que sí podemos evitar es el sufrimiento. Cuando aceptamos el dolor, cuando lo permitimos, lo dejamos ir. Cuando nos resistimos a ese dolor físico o emocional, sufrimos innecesariamente.
El propósito no es desconectarse de la vida. No es aislarse de las personas. No es estar atento a mis pensamientos y olvidarme de los demás. De hecho, promueve la capacidad de escucha y empatía. Nos permite escuchar a los demás y no estar tan absortos en nuestros propios pensamientos.
No significa buscar la felicidad constante. El aceptar, el dejar ir, se aplica a todas las sensaciones y emociones, también a las positivas. No se trata de dejar lo negativo y aferrarse a lo que proporciona placer.
No es una religión. Aunque proviene del budismo, de hecho, la palabra buda significa “alguien que está despierto”. Los efectos que tiene potencian el bienestar psicológico, emocional y físico, independientemente de la religión de cada persona.
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